Dique Liutenant Prosopopeyo Spinachi. Puerto de Narizona.
Dos horas antes de faltar dos horas para el mediodía zulú.
La estilizada y potente figura del acorazado USS Peneque se recorta contra el nublado skyline de la ciudad en duermevela. Arrecia un atemperado airecillo de levante que arrastra una pertinaz llovizna. Dos agentes enviados especiales de la Agencia de Protección de Cosas que Flotan permanencen vigilando el emplazamiento militar perfectamente mimetizados con el ambiente gracias a sus disfraces de gaviotas. La instalación portuaria se encuentra en estado de especial emergencia. El dique seco abraza sin recato el acorazado, atracado para una revisión especial. Sólo se recuerda un estado similar en el emplazamiento: la mañana que la suegra del Teniente Spinachi se paseó por la instalación pasando el dedo por las barandillas, con evidente mueca de disgusto.
El USS Peneque sirve de manera meritoria en la marina desde la Guerra de Improperios en el delta del Kats-Chup. Fue el único buque inscrito en las quintas regatas Ciudad de Algete, y recibió por ello un diploma honorífico. Las arrugas acuden a su casco y debe ser revisado cada veinte mil millas marítimas. La principal preocupación del equipo técnico se encuentra en los muelles suspensorios de los ceniceros plegables de las dependencias del contramaestre. Aprovecharán, no obstante, para revisar aspectos menores, como la curiosa y fluorescente grieta en el reactor nuclear y la desaparición misteriosa de los pernos de la quilla. Esta imagen idílica de operarios especializados y bocadillos en cubierta se verá interrumpida en un instante, con rápidos cambios de plano, zooms estratosféricos y musiquita de “aquí se va a liar”.
El grumete de popa, encaramado al palo mayor, da la alarma como un descosido, señalando al espigón del puerto. El personal militar, civil, jubilado,descalificado y recomendado es puesto en alarma en ese mismo instante, siguiendo unos protocolos de seguridad que alguien escribió en una tarde de somero aburrimiento. Gracias a unos fantásticos binoculares germanos con funda de polipiel y cierre de pestillo se identifica la malísima amenaza atacante que los ha convocado a todos en cubierta. Un hombre con bigote sosteniendo una cuchara.
El capitán del navío, reconociendo lo inabarcable del suceso, pone en conocimiento del Grupo Uniformado Anti Terrorista Aficionado ( GUANTÁ ) el reto al que se enfrentan. Movilizado a la zona un autogiro pilotado por un conde de afinados bigotes y sombrero de copa, identifica al individuo mientras suena de fondo una animada tonada a la pianola. El agente enemigo asiste, impertérrito perfecto, al lanzamiento de sendos sacos de arena que no le impactan por apenas dos jugadores de baloncesto de los altos tendidos en el suelo. Ante el braceo descordinado del capitán en el puente de mando, sus hombres toman las armas, disputándose sobre todo los fusiles de cerrojo, porque andan un poco escasos. A cámara lenta se agrupan en la proa una completa agrupación de hombres armados con revólveres automáticos, cerbatanas, recibos de la luz y otros armamentos. El atacante no muda el gesto y para demostrar su arrojo y su defensa de la Hermandad Maligna que Siempre Tiene la Culpa de Todo (tm), adelanta un pie y luego otro. Tiros, disparos y ratatatás por doquier causan grandes pérdidas al puerto mientras la marinería no da una en el blanco. El autogiro, en una toma cenital contrapicada, contrachapada y cortadapegada de otra película, mejor que esta, señala al atacante gracias al dedo enguantado del piloto. La pianola de cine mudo queda destrozada por el fragor del fuego amistoso. Pólvora, casquillos, muecas e insultos a cámara lenta fácilmente entendibles por cualquier persona que haya pasado más de dos días en total en contacto con la calle llenan la escena. Todo parece perdido.
Pero la altivez de los valientes reconfortan la moral guerrera y apesadumbran el cariz enemigo. Ya. Yo tampoco lo he entendido. Guionistas con ínfulas. El cocinero del buque, en camiseta de tirantas y pelando una patata, hace aparición en cubierta. Enemigo y héroe improvisado cruzan miradas. El cocinero efectúa un par de movimientos de artes marciales con diestro uso del pelaverduras. Es evidente la contrariedad del atacante, al que vemos fruncir las cejas en un zoom que le llega hasta la pituitaria. Cuatro minutos después de “aunque parece que te pego no te llego” y un par de explosiones sin importancia en el buque por colillas arrojadas a un cargamento de salsa picante, el atacante sin soltar la cuchara, de alpaca labrada con motivos florales y de café para más señas, se arroja al proceloso océano. Tras caminar un trecho al hacer pie, se aleja del puerto nadando estilo crol.
Habrá secuela. Los marineros se felicitan. Tal como está el tema de cotizar a bordo de un buque de guerra es una manera estupenda de sacarse unos dineros extras.
Por estos peligros y por otros que inventaremos sobre la marcha, es imprescindible una subida en las previsiones de gastos de la armada. Con quincecuatro millones más habría de sobra.
Exteriores rodados en Irrisoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario