miércoles, 10 de octubre de 2012

FUTURO EN DIFERIDO: LA CIBER-CONDESA DE CHESTERWING.


MITAD NOBLE, MITAD MÁQUINA. 
Crónica desde las Glowing-Green Prairies.

Cuando asistimos al nacimiento de un héroe en el páramo solemos hacer apuestas para ver en qué momento un giganélido corta su racha de justicia armada de dientes apretados. Quizás en esta ocasión este que les habla ha compartido unos momentos con la cabecilla de un nuevo momimiento. ¿Nos liberará del tiránico yugo de las especies mutadas o se enrocará en el neofeudalismo? Solo el tiempo lo dirá.

Aprovechamos la senda abierta entre la hierba radiada para visitar a la condesa en su residencia colonial de madera blanca, recogido porche y lanza arpones hidráulico. En una imagen de postal la anfitriona, grácil, despliega junto a su ligero vestido de verano una escopeta de bombeo modelo Lucero del Alba. Nos franquea el paso hasta el salón, donde comparten espacio óleos del antiguo mundo en perfecto estado de conservación, una colección de pensamientos impresos de viejos ideólogos  y una vitrina de armas arrojadizas, muchas de ellas recolectadas en distintas salidas. “Casi todas son de mi juventud, no me imagino ahora revolcándome con un alacrán bípedo para desarmarlo.”

Sin embargo, si este redactor ha atravesado las Colinas Carnívoras, no es por su patente gusto de la noble por la decoración sureña. Se cuenta de usted una hazaña, le inquiero mientras compartimos un té de hoja lunar. “Opino que se ha exagerado un poco, todos los jefes tribales defienden su área de la mejor manera. Yo espanté a los intrusos con mi fiel Lucero”. Acaricia el arma mientras desvía la mirada hacia el retrato que preside la chimenea. Algo quemado por los bordes, el Conde Chesterwing  esboza una pícara sonrisa bajo un figo bigote portando un simple rifle de repetición ante una pradera atestada de megatopos de fuego. “Era un gran hombre, con una gran puntería. Para todo”. La condesa rie con picardía y la luz tamizada por las cortinas saca relámpagos de oro del compartimento estanco que contiene su cerebro en suspensión. ¿Cómo vivió entonces la experiencia?

“Me había levantado temprano, si no se recoge temprano no hay quien soporte los gritos del maíz. No suelen oírse motores por aquí, por eso me puse en guardia con el primer pistón. Siempre hablo con el retrato de mi marido cuando cargo el arma, resistimos el asedio del Rey Murciélago luchando codo con codo justo delante de esa ventana”-me indica el lugar en el que la madera aparece más gastada-“Cuando pisé el porche los reconocí. El Cartero Errante me había advertido que merodeaban la zona y una columna de humo tres noches atrás me puso en guardia. Aparcaron sus cacharros de desguace en los límites de la finca, la Hermandad de los Rapsodas Rabiosos sabe lo que se hacen. Enviaron a un coqueto hermano vestido solo con un chaleco morado y esos ridículos pantalones de pata ancha. Sonreía y bailaba como un arlequín. ‘Compartamos el espacio, el páramo es de todos hermana’”-¿Qué le respondió? Pregunté al borde del sillón, arrebatado por la historia –“Le pedí que me enseñara la cédula familiar que le permitía hablarme con ese tipo de confianza. Antes le había cortado un paso de baile disparándole delante de los pies, quizás no me escuchara”. Sonríe al recordar. “Entonces se quitaron la máscara. Si hay algo que no soporto de las incursiones de alimañas es la falta de educación. Le volé la rueda delantera a un sidecar tapizada de leopardo en cuanto rodó sobre la hierba. Sacaron los arcos y tuve el tiempo justo de colocarme en el punto de defensa de los Chesterwing. Después hay poco que contar, una mujer sola apenas armada contra una jauría de poetas feroces, druidas de la nueva venida y envenenadores de puntas de flecha. Algún cartucho de dinamita, algunas cabriolas de los atacantes, un par de cristales rotos y alguien que asomó demasiado el trasero por la chimenea.” Bueno, repongo tras la historia que he seguido con avidez, ¿eso le parece poco? “Cariño, esto es el páramo. ¿Quién no ha tenido bandas violentas en el jardín?”.


La condesa dista mucho de temer su vuelta “¡Oh, por favor! Me encantaría terminar el trabajo. Si leen su medio, desde aquí les pido que traigan algún hombre armado capaz de no dispararse a un pie. Quizás equilibremos un poco el combate”. Habría permanecido en la finca durante horas atento a sus historias, pero si hay algo de lo que no se puede huír es de la niebla carmesí. Enfundado en mi cortavientos busco las luces de la urbe más cercana para retransmitir esta crónica via telegráfica. Veo caer un cuervo anfibio a mis pies, derribado. Me giro de nuevo hacia la finca. La Condesa levanta su rifle de francotirador. Son las grandes mujeres como estas la que alumbrarán un nuevo amanecer en el páramo. Si antes no nos engulle la tierra, por supuesto.