MITAD NOBLE, MITAD MÁQUINA.
Crónica desde las Glowing-Green Prairies.
Cuando asistimos al nacimiento de un héroe en el páramo solemos
hacer apuestas para ver en qué momento un giganélido corta su racha de justicia
armada de dientes apretados. Quizás en esta ocasión este que les habla ha
compartido unos momentos con la cabecilla de un nuevo momimiento. ¿Nos liberará
del tiránico yugo de las especies mutadas o se enrocará en el neofeudalismo?
Solo el tiempo lo dirá.
Aprovechamos la senda abierta entre la hierba radiada para
visitar a la condesa en su residencia colonial de madera blanca, recogido
porche y lanza arpones hidráulico. En una imagen de postal la anfitriona,
grácil, despliega junto a su ligero vestido de verano una escopeta de bombeo
modelo Lucero del Alba. Nos franquea el paso hasta el salón, donde comparten
espacio óleos del antiguo mundo en perfecto estado de conservación, una
colección de pensamientos impresos de viejos ideólogos y una vitrina de armas arrojadizas, muchas
de ellas recolectadas en distintas salidas. “Casi todas son de mi juventud, no
me imagino ahora revolcándome con un alacrán bípedo para desarmarlo.”
Sin embargo, si este redactor ha atravesado las Colinas
Carnívoras, no es por su patente gusto de la noble por la decoración sureña. Se
cuenta de usted una hazaña, le inquiero mientras compartimos un té de hoja
lunar. “Opino que se ha exagerado un poco, todos los jefes tribales defienden
su área de la mejor manera. Yo espanté a los intrusos con mi fiel Lucero”.
Acaricia el arma mientras desvía la mirada hacia el retrato que preside la
chimenea. Algo quemado por los bordes, el Conde Chesterwing esboza una pícara sonrisa bajo un figo
bigote portando un simple rifle de repetición ante una pradera atestada de
megatopos de fuego. “Era un gran hombre, con una gran puntería. Para todo”. La
condesa rie con picardía y la luz tamizada por las cortinas saca relámpagos de
oro del compartimento estanco que contiene su cerebro en suspensión. ¿Cómo
vivió entonces la experiencia?
“Me había levantado temprano, si no se recoge temprano no
hay quien soporte los gritos del maíz. No suelen oírse motores por aquí, por
eso me puse en guardia con el primer pistón. Siempre hablo con el retrato de mi
marido cuando cargo el arma, resistimos el asedio del Rey Murciélago luchando
codo con codo justo delante de esa ventana”-me indica el lugar en el que la
madera aparece más gastada-“Cuando pisé el porche los reconocí. El Cartero
Errante me había advertido que merodeaban la zona y una columna de humo tres
noches atrás me puso en guardia. Aparcaron sus cacharros de desguace en los
límites de la finca, la Hermandad de los Rapsodas Rabiosos sabe lo que se
hacen. Enviaron a un coqueto hermano vestido solo con un chaleco morado y esos
ridículos pantalones de pata ancha. Sonreía y bailaba como un arlequín.
‘Compartamos el espacio, el páramo es de todos hermana’”-¿Qué le respondió?
Pregunté al borde del sillón, arrebatado por la historia –“Le pedí que me
enseñara la cédula familiar que le permitía hablarme con ese tipo de confianza.
Antes le había cortado un paso de baile disparándole delante de los pies,
quizás no me escuchara”. Sonríe al recordar. “Entonces se quitaron la máscara.
Si hay algo que no soporto de las incursiones de alimañas es la falta de
educación. Le volé la rueda delantera a un sidecar tapizada de leopardo en
cuanto rodó sobre la hierba. Sacaron los arcos y tuve el tiempo justo de
colocarme en el punto de defensa de los Chesterwing. Después hay poco que
contar, una mujer sola apenas armada contra una jauría de poetas feroces,
druidas de la nueva venida y envenenadores de puntas de flecha. Algún cartucho
de dinamita, algunas cabriolas de los atacantes, un par de cristales rotos y
alguien que asomó demasiado el trasero por la chimenea.” Bueno, repongo tras la
historia que he seguido con avidez, ¿eso le parece poco? “Cariño, esto es el
páramo. ¿Quién no ha tenido bandas violentas en el jardín?”.
La condesa dista mucho de temer su vuelta “¡Oh, por favor!
Me encantaría terminar el trabajo. Si leen su medio, desde aquí les pido que
traigan algún hombre armado capaz de no dispararse a un pie. Quizás
equilibremos un poco el combate”. Habría permanecido en la finca durante horas
atento a sus historias, pero si hay algo de lo que no se puede huír es de la
niebla carmesí. Enfundado en mi cortavientos busco las luces de la urbe más
cercana para retransmitir esta crónica via telegráfica. Veo caer un cuervo
anfibio a mis pies, derribado. Me giro de nuevo hacia la finca. La Condesa
levanta su rifle de francotirador. Son las grandes mujeres como estas la que
alumbrarán un nuevo amanecer en el páramo. Si antes no nos engulle la tierra,
por supuesto.