Relata María Angustas Sonajero.
Se aproximan las fiestas navideñas procedentes de Holanda, como bien entona el villancico popular. Las cuchipandas y demás saraos de gente guapa se ponen a tono y ya son pocos lo que se empeñan en vestir indumentarias ibicencas y posar al pie de una piscina amarrados a una estufa de gas futano. Son tiempos de recogimiento, de camaradería y de observar a los chicos del catering andar tiritando mientras descargan cajas de ballenatos congelados para la cena. Este año, los Marqueses de Rodapiés han decidido dar unos retoques a su recepción amistosa anual, convirtiéndola en una fiesta temática que ha cosechado muchas alabanzas en los círculos isósceles de la alta sociedad con tacones.
Para empezar la invitación no dejaba lugar a dudas: se vestiría obligatoriamente chandal de gala para los señores y peto vaquero con lentejuelas para las señoras. Son conocidas por todos las excentricidades de estos nobles a la hora de organizar actos en sus propiedades, pero lo inusual de la etiqueta hizo sospechar que quizás se sobrepasaran los límites del buen gusto, y lo peor, que el picoteo no estaba asegurado. Servidora se presentó con el conjunto apropiado, añadiendo un coqueto pañuelo anudado con cuatro puntas de Jean Louis del Ajoblanc. A la entrada fueron expuestas para la elección de los visitantes un rosario de extrañas herramientas de construcción, las cuales provocaron diversos y jocosos malentendidos, amén de algunas bromas reiteradas de cascar la cocorota del prójimo a cada cual más ocurrente. Reunidos en un primoroso salón con reminiscencias de Chipandale de suaves tonos de algodón de azúcar, los anfitriones aparecieron empujando una carretilla con sendas palas Louis Butrón con incrustaciones en piedras semipretenciosas. De esta manera se dio comienzo a la 1º Bricofiesta del invierno.
Sorprendidos por las variadas posibilidades de sus propios apéndices manuales, los invitados, cautos primero y después más decididos, procedieron a aporrear con brio, gracia, salero y trocotró paredes, muros medianeros, suelos, techos y demás superficies. El empresario Fermando de la Poltrona declaró “nunca imaginé que me divertiría tanto haciendo algo con mis propias manos”. El opinólogo y emérito tertuliano Prístulo Cienfatuos compuso unos versos al vuelo que creo recordar:
“Instrumentos ajados por el bruto trabajo,
que vuestros golpes con tiento
amenicen este noble evento
y que juntos echemos este palacete abajo”.
Se sirvieron unos pequeños bocados de fiambre de cerdo bañados en aceite suave entre rebanadas de pan y se escanció un robusto vino tinto de la cadena de supermercados Merendola, con un suave regusto final a empaquetado industrial. ¡Todo fue tan loco amigos, os juro que os lo prometo! El ánimo cundió debido al ejercicio y bien entrada la noche se aporreaba a ritmo de conga. Los más rezagados derribaban el porche trasero cuando los invitados se marcharon a casa, llevándose a casa una reproducción de las herramientas usadas bañadas en turboplatino y sobre peana de sauce llorica. Los marqueses tuvieron a bien hacerme unas declaraciones en el solar resultante: “nos pareció una idea estupenda. Esta casa se nos estaba quedando pequeña, ya habíamos visitado todos los baños al menos una vez y era muy frustrante como todo se llenaba de polvo chica”.
Esta fiesta es valedera para los Campeonatos Mundiales del Derroche y sin duda muchos van a intentar copiar este tipo de actos, puesto que el ambiente de camaradería entre iguales es mucho más sano que compartir obra con unos operarios que a saber dónde viven, sus costumbres y qué comen.