sábado, 17 de septiembre de 2011

IDEAS PRESTADAS. POR SALVADOR DE PESTAÑA.

ASUNTO DE GRAVEDAD.

Debo admitir que me encuentro inmerso en estos últimos tiempos en un grato esfuerzo intelectual. He considerado beneficioso robarle algo de tiempo a mi pasatiempo preferido, el mirar hacia la nada con las manos cruzadas a la espalda, dedicándolo al noble arte de la culturización general. He soportado con estoicismo las chanzas de mis pocos allegados cuando me han visto abrazado por el sofá con un tratado en las manos. Aunque no lo crean, soy una persona de carácter jovial. Es por eso que los despido a todos con una sonrisa mientras reparto cartuchos de sal. Nunca los compro de pólvora, me parece un gasto supérfluo y no reembolsable.

No quiero meterme en mis asuntos cotidianos, pues me trae a la palestra un descubrimiento físico que he tenido la oportunidad de conocer a raíz de esta afición mía. El ropavejero de la comarca pasa por mi finca una vez al mes antes de dirigirse a la incineradora. Aprovecho para seleccionar alguna obra que no huya a hombros de una marabunta de carcoma. El otro día me llamó poderosamente la atención un pequeño libro de ciencias de un tal Niuton. He deducido que debe ser un científico nuevo por su escritura y sus conocimientos, que en breve y para su regocijo pasaré a poner en tela de juicio con gran profusión de espumarajos.

Habla con desparpajo de la ley de la gravedad. Y no quiero relatarle las barbaridades que desglosa en sus tratados. Nunca mis cejas escalaron tanto mi respetable frente hasta hacer cima en la coronilla del puro asombro. Los que tienen el honor de servirme nunca me han visto tan furibundo, y tengan en cuenta que tengo por costumbre discutir dos horas diarias con la chimenea. ¡Maldito invento caótico de cimbreantes e imprevisibles llamas! Vuelvo en mí para no salir de mi asombro. Habla con suficiencia de su monserga de la atracción de los cuerpos por el planeta, el empuje, el peso y alguna barbaridad más que me ha llevado a la carcajada indignada.

Caballerete, está usted sumergido en la pestilente ignorancia hasta los pabellones auditivos.

Me consta que leerá esto. Ustedes los jóvenes, no sé por qué clase de sortilegio, pasan horas buscando su nombre en sus maquiavélicos cacharros para saber qué opinan de sus batallitas. Yo le explicaré en qué consiste la gravedad. La gravedad es tradición. Ale, ¿cómo dice que se queda? ¿Fórmulas matemáticas? ¡Ja!, observe mis empastes de platino mientras me carcajeo ante su folletín. Mi padre siempre estuvo de pie en tierra. Mis tíos, los Marquesos de Pularda, siempre caminaron erguidos. Yo nunca he volado y por añadidura todo mi servicio, contagiado de mi rancio abolengo, arrastran los pies por la tierra. Las personas de bien ni levitan, ni se sienten ligeros y por supuesto, al llegar a los terrenos de bruma previos a los fatídicos monstruos abisales que circundan nuestro planisferio, se rizan el bigote y vuelven a casa justo a la hora de la cena.



Se lo voy a dejar claro. La gente está pegada al suelo porque aún queda un poco de decencia, pegamento moral que sostiene a las naciones dignas. Quizás sus amigotes librepensadores floten. ¡Quisiera yo verles reunidos en torno a una mesa agarrándose a sus asientos para no salir volando del bochornoso café que les permite reunirse! Pero en lo que a los míos respecta nos mantenemos en el suelo porque es lo que se espera de nosotros. Tome nota, caballerete Niuton. Respete a sus padres y no se pregunte incongruencias.
Como dijo el gran dramaturgo Heliodoro Fenettre: “importantibus res resolutum scripti”. Por si no domina las lenguas clásicas, viene a decir que, así en traducción libre y sin aspirar a ser tan entendido como usted, “Está todo dicho”. Y punto.

Por ese motivo nunca leo ningún libro que no amarillee. Los bohemios juntaletras sólo aspiran a cambiarle a uno la idelogía por otra más infecciosa con el sólo contacto con el papel. Por el momento volveré a contemplar el horizonte enfundado en mi batín. Con más ahínco si cabe, no vaya a ser por manos del demonio que acabe yo volando por desatender tradiciones familiares.

Salvador de Pestaña.

2 comentarios:

Rubén D. Caviedes dijo...

¿Y por qué a mí este señor cada día me recuerda más a Juan Manuel de Prada?

Mr.Incógnito dijo...

Quizás se deba a que tiene usted unas conexiones sinápticas en el cerebelo que tienden a la sospecha. Porque no leeríamos a ese señor ni para hacer el chascarrillo, mire usted.