Documental sin gluten para tomar en la sobremesa mientras su cerebro hace limpieza.
Propio del hombre es ponerse cabezota con respecto a sus propios límites. Bucear hasta profundidades abisales a pulmón, presentar la declaración de la renta el último día...Variadas son las formas de pasearse admirando las caries de las fauces del peligro. En el programa de hoy acompañamos a un avezado alpinista en su camino por borrar con goma de miga de pan las líneas de lo peligrosamente peligroso y lo simplemente ridículo.
Paquito de Crocanti. Treintayalgunos años. Natural de Irrisoria. Aprendió a escalar altas cumbres antes incluso de saber sumar. Hoy en día es el exponente patrio de la hornada de héroes contemporáneos y el señor con más edad que aún tiene pendiente las matemáticas de segundo de egb. Sus aficiones: subirse a sitios. Su obsesión: la nevera de su cocina.
Lo vemos preparando sus artefactos de escalada sobre el linóleo de la cocina. A su alrededor cuerda de cáñamo, mosquetones, piolet con punta de goma y un gran surtido de bollería fina empaquetada que le servirá como sustento durante la dura escalada. Nos concede unas palabras muy especiales mientras se afana en abrocharse los botones de la rebeca cada uno en su ojal. Paquito de Crocanti habla un perfecto castellano, pero le doblamos por encima porque así viene recogido en el Convenio de Documentalistas Vespertinos:
- Ahí tienen esa inmensidad blanca, cercana pero a la vez mortal. El año pasado mi suegra pilló aquí mismo una pulmonía mientras decidía entre yogurth de plátano o natillas de castaña para el postre con la puerta abierta. Es un lugar en el que toda confianza se acaba pagando.
Paquito se calza un gorro de tergal y revisa sus constantes vitales. Ha decidido emprender esta gesta sin sherpas, sólo un vecino asoma la cabeza por el patio de luces y anima a su estilo. “Que te vas a desgraciar”. Sus sentidas palabras son acogidas con emoción por parte de nuestro hombre. Ha elegido el camino más difícil. A un lado queda una silla de la cocina sobre la que descansa la propaganda de Galerías Taranganas.
- Sí, ese camino en principio puede ser más accesible –comenta –pero si pisa usted mal un panfleto de esos se la pega a las primeras de cambio. Yo voy a afrontar la subida por la puerta frontal. A por todas voy –en un primer arranque se aplaude a sí mismo, pero pierde la cuerda y vuelve a la casilla de salida -¿ve? Tiene que estar uno concentradísimo.
Una humareda, proveniente de la fritura de pescado en la que se afana su señora, dificulta la visión de la cumbre. Aún así de Crocanti no quiere retrasar más la salida. Ahí lo tienen, con las botas Chalupa y el cuerpo en tensión comienza la subida. En este primoroso plano de Cliff Darrouc, nuestro camarógrafo esloveno, subido al fregadero capta todo el esfuerzo en la cara de Paquito. Sólo faltan algunos pasos para el campamento base número dos, situado en el tirador del congelador. Las dudas le asaltan llegado a ese punto: ¿hacer noche con la hamaca nórdica montada entre ese punto y el grifo o hacer cima de un tirón?
- La grifería me la cambiaron los de Talleres Morcillo. Dedicándose al recauchutado no es que me fíe mucho, así que sigo. Yo sigo. He venido a participar y si me voy sin nada con eso he venido.
La falta de oxígeno hace mella en sus disquisiciones internas. Las autoridades médicas que le acompañan, un practicante veterinario en excedencia, le recomiendan que debe recuper el resuello. Ingiere una pastilla de lavavajillas oxigenado efecto limones del caribe con extra de tensioactivos azucarados regados por una botellita de agua del Carmen.
Atrás queda la seguridad del campamento. No hay vuelta atrás. Las lágrimas brotan en sus orejas cuando al fin se encarama a la cima. Aplausos emocionados de los compañeros. ¡Peligro peligroso!, despierte teledurmiente, que visto esto, visto todo el reportaje. Unas tazas conmemorativas de la Exposición Intercomarcal Papelona 65 dificultan sus movimientos. Logra apartarlas, claro que sí. Las peligrosas corrientes desaconsejan ponerse en pie, aún así lo hace. Impacta contra una maceta colgante de flores del plástico, pero logra mantener el equilibrio. Una bonita toma aérea gracias a un agujero en el suelo del vecino superior que habrá que tapar en breve nos reconcilia con la raza humana, la idea del coraje y con esa vecina que quiso colocar un quiosco en el portal del bloque.
- Muy emocionado, por supuesto –solloza Paquito como si estuviera en su primer día de guardería, hecho este que no se descarta en breve por sus carencias arigméticas –quiero dedicar esta aventurada aventura a mi entrenador, el señor Tomate Arciaga, a todos los niños que no deben hacer esto en sus casas y sobre todo a Frigofedericos Edelweiss.
Otro hito alcanzado. Otro escalón subido cargado con las compras. Pero esto no parece suficiente para Paquito de Crocanti. Alza la vista. Allí arriba, desafiante, el mueble para la vajilla. Una altura de dos metros treinta, una separación del techo de apenas medio metro y un mueble sujeto por dos palometas del siete. En sus ojos se contemplan el deseo de aventura y los efectos secundarios de tragarse una pastilla para el lavavajillas.
Fue un documento grabado en Cinemascopa financiado por:
Bonos Hipo para emprendedores desaprensivos.
Le Central Cinematographie pour les Risques Pelados.
Guía Miguelín de restaurantes Alpinos.
Sótano 71 MCMCXVIII.
3 comentarios:
Acojonante hazaña la del señor de Crocanti, mire usted. Me deja los pezones como escarcha. Lo que yo me pregunto a toro pasado es; ¿era el frederico de los de toda la vida o era de estos Fredericos Fragor de alumínico bruñido con destellos iridiscentes? Porque el mío, por ejemplo, es moderno cosa mala y presenta curvas en su cara B, también conocida como envés, que hacen su escalada imposible. Lo sé por experiencia, no se crea; no soy alpinista diplomado por CCC pero, al medir yo un triste metro sesenta y ocho, hay instancias superiores del aparato que escapan a mi hercúlea estatura y tengo que acabar encaramado a él cual mona para, posteriormente, rodar ridículamente por el suelo. El envés, lo que le digo, que es curvo. Quizás podrían ustedes trasladar la historia al señor de Crocanti por si algún día se anima. Yo le esponsorizo y después le doy la mitad de la Contessa que tengo en lo alto del chisme desde tiempos de Carracuca. Que tiene que estar empezando a endurecerse.
Señores,
me ha dejado usted el corazón en un piño. Qué intensidad, madre mía, he terminado comiéndome la servilleta de papel casi entera.
Si se puede contratar al señor Crocanti, tengo yo a mi vez, como el señor de las moscas, avituallamientos ignotos en la balda superior del mueble superior de la parte superior de mi cocina del tipo latas de pimientos, melocotones y paquetes de garbanzos que bien podrían valer el esfuerzo de hacer noche en una tienda colgante suspendida sobre el fregadero. Lo mismo se puede avistar al Yeti, no le digo más, camuflado detrás de un par de cajas de turrón del duro.
¿A cuánto la hora?
Respondamos sus dudas alpinas:
Señor de las moscas: Frigofederico de los de antes de antes, vamos, blanco con tiradores. Nada de artefactos futurísticos cromados, que en vez de pollo parecen albergar una temible invasión alienígena. Le comentaremos al señor Crocanti la susodicha porción de tarta helada a ver si se anima con escaladas de electrodomésticos ajenos.
Luc: Cuantiosos desafíos acontecen al señor Crocanti, pondremos en su conocimiento esta nueva cima de legumbres, conservas y monstruos cubiertos de polvo. Sobre el precio, si es capaz de emocionarlo con la gesta incluso él mismo correrá con los gastos del taxi hasta su domicilio.
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