domingo, 17 de marzo de 2013

CINE CHUSCO CINCO ESTRELLAS: “ALLIGATOR ON THE ELEVATOR!”


ASCENSOR EXPRESS DIRECTO A VIDEO…¡QUÉ BIEN TRAÍDO!

Con un ojo ve la cinta y con el otro toma notas Heriberto Bisoñé.

Resulta difícil triunfar en el farragoso género de las películas de bajo presupuesto destinadas a la sobremesa o a competir con los teletiendas nocturnos que, mire usted, contra una demostración de una cacerola-picadora no hay entretenimiento visual que se pueda comparar. Con escasos mimbres cuentan los profesionales del celuloide para convertir en un título decente dos páginas y media de guión, más un laif-motive o un modus-operandi. Transmutar ello en hora y media de acción apabullante con planteamiento, nudo estomacal y desenlace explosivo no es baladí. No todos los directores pueden salir airosos de este marrón-glacé y en el caso que nos ocupa los responsables han salido airosos con doble tirabuzón.

La productora Cute Monkeycat Films lleva a las pantallas este tandem desastre animal/hecatombe urbana con un reducido reparto que debe trabajar con ahínco y muecas raras para suplir la falta de extras. En el título que nos ocupa desfilan los rostros catódicos de Conchita Rimbaüer ( la azafata afónica de “Maletas Perdidas en Caledonia”), Mathew Matías ( jefe de pista amigo de la momia en “Payaso de Ultratumba con Cuchillo 7”) y Guest Starring ( un habitual del género al que recordarán como peatón en “Autopista de Peaje al Infierno”). El resto del reparto se funde con el decorado en un ejercicio de mimetismo sin precedentes en el inventito de los Lumiere.

La trama, como corresponde, es asimilada por el espectador medio en menos de lo que se tarda en decir “cinema-verité”. Un rico y mangoneante magnate plantea inaugurar un zoológico en la terraza de un rascacielo, todo acristalado y muy luminoso. Es remarcable el momento en donde se iza a un rinoceronte a base de polea, escena en la que se funde con maestría tomas del edificio y fragmentos de un documental de la sabana salvaje esa. Todo un ejercicio de diálogo meta-cinematográfico en el que se referencia al televisor como método de conexión con la naturaleza del ciudadano urbanita de a pie. El trio de protagonistas: un vendedor de sellos usados odiado por su vecino, un agente de policía desencantado con la ley de la gravedad y una joven universitaria con tendencia a la estridencia sensual cruzarán sus caminos en la cabina del ascensor. La entrada a este se transforma en una escena muda donde cada protagonista desvía la mirada a un punto distinto del escenario, clara denuncia del director ante la alienación que nos asalta al compartir espacios ajustados, donde las auras personales de los protagonistas se tocan, se estrujan. Hace aparición en el último instante un gran ejemplar de alligator floridiense.

Cabe aquí hacer un aparte ante el fantástico ejercicio de los guionistas de la cinta al introducir este elemento. El reptil entronca con nuestro cerebro más primitivo, retrotrayéndonos hacia comportamientos primarios, erigiéndose como personaje problemático del subsiguiente encierro y por ende, percutor del conflicto humano, aspecto que sin lugar a dudas mueve al director a la hora de rodar esta comprometida historia. 



Las denuncias orbitan alrededor de los 87 minutos restantes de encierro. El rescate de la fauna en un lugar sobre el nivel del mar (“ahí pondremos una piscina de bolas” pronuncia el magnate en un inserto fugaz, indicando dos lugares simultáneos como metáfora del desconocimiento del porvenir”), la tecnofilia asfixiante (“planta uno, planta dos” pronuncia sin inflexiones el ascensor, sin duda el quinto personaje ) y la denuncia a los mercados (“¿crees que cobraremos por esto” sugiere la universitaria convertida en voz en off fuera de plano ).  Una cinta con tantas lecturas como plantas quedan atrás en un ascensor desenfrenado y con un “monstruo” junto a los mandos.

Un aspecto negativo es la concesión al main-stream y el blockbuster veraniego en su secuencia final. Donde otros habrían resuelto el final con una alegoría al hermanamiento o un plano secuencia en blanco y negro de una cucharilla removiendo café en un plato, el director opta por un combate hombre contra animal. He de decir, eso sí, que personalmente me satisface el recurso de colocar un animal de goma en estas escenas y de que este artículo derribe la cuarta pared del ascensor, dejándonos atisbar por unos segundos un amplio descampado en un ejercicio simbolista como pocas veces se ha podido ver grabado en la cara brillante de un deuvedé. 


1 comentario:

Jorge Ramiro dijo...

Siempre he disfrutado mucho de ir al cine y por eso me gusta tener la posibilidad de ver diversas películas mas alla de cual sea el genero. Cuando me rompi la pierna y no pude salir de mi casa, decidi comprar una tele de led para ver pelis en casa con alta definicion