sábado, 17 de enero de 2009

IDEAS PRESTADAS.


A TRABAJAR LES HAN DICHO.

Andan ustedes revueltos, me cuentan los allegados. Al no tener fricción con el pueblo llano de meseta, no podría asegurar que estos rumores fuesen ciertos. Pero soy columnista, y si no opino de vez en cuando me brota espuma de las orejas. Espuma, por cierto, no reutilizable para otros fines. Y no hay cosa que más me enerve de los mismos nervios que perder el tiempo segregando jugos inútiles. Pero vayamos al tema. Los dignos responsables, altos mandatarios y demás correveydiles regentes de nuestros destinos se reúnen un rato, en concordancia con sus merecidos estipendios, y acuerdan en bien de la maltrecha economía, someter a votación aumentar el chorro de horas laborales. Y se les pregunta a ustedes y fruncen el ceño. ¡Pueblo mío, no te reconozco! ( adoro declamar al estilo clásico ).

Antes de antes se les sugería la idea al personal operario patrio de transcurrir alguna hora de más en el entorno laboral y estos, por única respuesta, depositaban la vista en el suelo, la gorra en el pecho y contestaban “sí patrón, ¿cuántas horas patrón?”. Y no acudían los sindicatos, los amigos de la vagancia y los aspirantes a trabajar sin cobrar. El progreso sólo acuna malos inventos. Nada de lo nuevo es bueno. Es más, yo reniego de inventos posteriores al bidet, ya puede usted imaginarse.

Pero dejemos de hablar de mí y continuemos hablando de mis ideas. Se han quejando con amargura ante la sombra del estiramiento de jornada laboral. “No vamos a tener tiempo para los hijos” dicen, “nos van a pagar igual, esto es retroceder”... ¡cuchufletas, pueblo anónimo y malacostumbrado! La tele lleva criando a sus hijos desde que se inventó el color, ustedes suelen gastárselo todo en rebajas del tres por dos en hipermercado y por supuesto que se debe retroceder. ¡Nunca debimos salir del régimen feudal! ¿Conocen ustedes a algún labriego del medievo quejumbroso por su régimen laboral? Pues ahí tienen la clave.

Más allá está el tema que algunos listos con gafas han planteado, “¿más horas produciendo qué, si no se vende?”. No me gusta su tono, jovenzuelo imberbe. Si sobra tiempo, se repinta la factoría, se liman las pezuñas a los burros o se barre la mansión del empresario. Vamos, ¿a dónde vamos a llegar si seguimos tildando de descabelladas las órdenes del empresario? ¿Le ha picado el mosquito del comunismo, hippie? Vamos, es pronunciarlo y subirme unos picores de ideología de rascarme contra las jambas de las puertas.

Y usted dirá seguro de su epiglotis “¿cómo opina usted del trabajo si pega los sellos con la lengua del mayordomo?”. Y le contesto desde el respeto a su posición como el escalón inferior de la pirámide laboral: pues bien que le gustaría a usted que el gobierno me arrebatara mis castillos y mis haciendas para entregárselos a personal que nada tiene. ¡Están acostumbrados, tanto campo no puede hacerles bien! Permítame un consejo o apague el monitor unos segundos: el trabajo, de otros, dignifica. Reparte riquezas a quienes la producen. El pueblo debe acostumbrarse a tirar con menos, un mordisco de rábano, una sopa de piedras y a trabajar con el estómago muy ligerito. Y nada de ocio. El ocio nada más trae dispersión, malos hábitos, lujuria y desenfreno y aspiraciones a ser de la clase alta. Más trabajo hace falta aquí, hombre, y no tanto profano con aires de Conde. Vamos a dejar las cosas como están, que a mí me complacen.

Salvador de Pestaña.

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