FEATURING
THE PEAR AS HERSELF.
Cabe preguntarse porqué el devenir de los acontecimientos
viran a estribor en un momento dado y la historia queda marcada con rotondas
por las que debemos circular para intentar desentrañar lo que nos lleva a ser
hombres con bigote. Por corrección de género asignaremos mostachos falsos a las
señoras presentes. Tres o cuatro días después de la apertura de este negocio
llamado Tierra sus dos primeros inquilinos hubieron de optar por una decisión
que, a la postre y de postre, marcaría la vida paralela de dos frutos. La
perfidísima Eva dio a probar al intachable Adan una manzana. Y eso supuso un
despido fulminante sin quince días de preaviso.
¿Acaso la pera, rival natural en el mundo
frutícola, ha sabido aprovechar esta ocasión?. La pregunta puede parecer
gratuita, pero el resto del artículo tampoco se lo vamos a cobrar.
En 1513 el ornitorrincólogo Edmund Apastelado disfrutaba de
la sobremesa en una hostería de Pinchestein. La mesonera, audaz y tirando de
curva lasciva, le presentó dos opciones para el postre: pera y manzana.
Contrariado, pues en otros lugares de menús se solía incluir tarrina de helado
y café, optó por la pera por razones ideológicas y de las otras. Apastelado,
paladeando el peculiar y molesto grano de la fruta, proclamó “Pobre pera, que
no da para más, aún si fuese la más rica pera del lugar”. Con rima asonante se
enfrascó en un estudio inútil sobre la perología que lo tendría enclaustrado,
ajeno a compañías y alejado de folletos publicitarios por un tiempo
indeterminado.
Un acontecimiento científico desplazó del lugar de honor a
la pera, elevando a los altares de la iconografía humana al fruto del pecado en
detrimento de la sosainas con rabito. Sir Eduardo Nuevaton, con las canillas
estiradas sobre el césped, da veracidad al mito del descubridor físico que da
con la tecla porque un burro sopla la flauta. La manzana logró postularse como
representación de la teoría de la gravitación,
ridícula pamplina heliocentrista que este que les habla detesta por lo
pueril de su planteamiento. ¿Perdió la pera el tren de la historia?, ¿es
suficiente el hecho de poder desprenderse de la copa de un árbol lo que eliminó
a otras frutas igualmente útiles como la papaya, el pomelo del trópico o el
melón de Benamejí? ¿Qué mefistofélicos amigos han ayudado a la manzana a
alzarse, cual Alejandror Mango del reino de la macedonia, a ese inmerecido
lugar de la historia?
Para cerrar el encendido debate que a buen seguro se habrá
suscitado en sus hogares, repasemos en lugar que ocupa nuestra homenajeada. Su
momento de mayor lucidez pasó en los estrambóticos y modernérrimos ochenta, con
la expresión “eso está perita”, dicho en sentido positivo en boca de carrozones
con total desconocimiento de la jerga callejera y niños tontuelos y almibarados
a años luz del estirón. El escalón más bajo de su popularidad llega con la
invención de la lavativa llamada “de pera”. Dada nuestra corrección
periodística no profundizaremos en esta oscura acepción del término ni
ahondaremos más en el estrecho túnel por el que pasa la popularidad del fruto.
Dediquemos un instante de reflexión con luz cenital
peliculera con este verso que versa:
Quo vadis Pera?
¿Qué triste sino te
espera?
Este artículo de Sediserio Fagapasta fue galardonado con el
primer premio en las XVavas Jornadas
Periodísticas “Sacar de donde no hay: Retos para columnistas del presente siglo” celebrado en Pont de Tupart.