ASCENSOR EXPRESS DIRECTO A VIDEO…¡QUÉ BIEN TRAÍDO!
Con un ojo ve la cinta y con el otro toma notas Heriberto
Bisoñé.
Resulta difícil triunfar en el farragoso género de las
películas de bajo presupuesto destinadas a la sobremesa o a competir con los
teletiendas nocturnos que, mire usted, contra una demostración de una
cacerola-picadora no hay entretenimiento visual que se pueda comparar. Con
escasos mimbres cuentan los profesionales del celuloide para convertir en un
título decente dos páginas y media de guión, más un laif-motive o un
modus-operandi. Transmutar ello en hora y media de acción apabullante con
planteamiento, nudo estomacal y desenlace explosivo no es baladí. No todos los
directores pueden salir airosos de este marrón-glacé y en el caso que nos ocupa
los responsables han salido airosos con doble tirabuzón.
La productora Cute Monkeycat Films lleva a las pantallas
este tandem desastre animal/hecatombe urbana con un reducido reparto que debe
trabajar con ahínco y muecas raras para suplir la falta de extras. En el título
que nos ocupa desfilan los rostros catódicos de Conchita Rimbaüer ( la azafata
afónica de “Maletas Perdidas en Caledonia”), Mathew Matías ( jefe de pista
amigo de la momia en “Payaso de Ultratumba con Cuchillo 7”) y Guest Starring (
un habitual del género al que recordarán como peatón en “Autopista de Peaje al
Infierno”). El resto del reparto se funde con el decorado en un ejercicio de
mimetismo sin precedentes en el inventito de los Lumiere.
La trama, como corresponde, es asimilada por el espectador
medio en menos de lo que se tarda en decir “cinema-verité”. Un rico y
mangoneante magnate plantea inaugurar un zoológico en la terraza de un
rascacielo, todo acristalado y muy luminoso. Es remarcable el momento en donde
se iza a un rinoceronte a base de polea, escena en la que se funde con maestría
tomas del edificio y fragmentos de un documental de la sabana salvaje esa. Todo
un ejercicio de diálogo meta-cinematográfico en el que se referencia al
televisor como método de conexión con la naturaleza del ciudadano urbanita de a
pie. El trio de protagonistas: un vendedor de sellos usados odiado por su
vecino, un agente de policía desencantado con la ley de la gravedad y una joven
universitaria con tendencia a la estridencia sensual cruzarán sus caminos en la
cabina del ascensor. La entrada a este se transforma en una escena muda donde
cada protagonista desvía la mirada a un punto distinto del escenario, clara
denuncia del director ante la alienación que nos asalta al compartir espacios
ajustados, donde las auras personales de los protagonistas se tocan, se
estrujan. Hace aparición en el último instante un gran ejemplar de alligator
floridiense.
Cabe aquí hacer un aparte ante el fantástico ejercicio de
los guionistas de la cinta al introducir este elemento. El reptil entronca con
nuestro cerebro más primitivo, retrotrayéndonos hacia comportamientos
primarios, erigiéndose como personaje problemático del subsiguiente encierro y
por ende, percutor del conflicto humano, aspecto que sin lugar a dudas mueve al
director a la hora de rodar esta comprometida historia.
Las denuncias orbitan alrededor de los 87 minutos restantes
de encierro. El rescate de la fauna en un lugar sobre el nivel del mar (“ahí
pondremos una piscina de bolas” pronuncia el magnate en un inserto fugaz,
indicando dos lugares simultáneos como metáfora del desconocimiento del
porvenir”), la tecnofilia asfixiante (“planta uno, planta dos” pronuncia sin
inflexiones el ascensor, sin duda el quinto personaje ) y la denuncia a los
mercados (“¿crees que cobraremos por esto” sugiere la universitaria convertida
en voz en off fuera de plano ). Una
cinta con tantas lecturas como plantas quedan atrás en un ascensor desenfrenado
y con un “monstruo” junto a los mandos.
Un aspecto negativo es la concesión al main-stream y el
blockbuster veraniego en su secuencia final. Donde otros habrían resuelto el
final con una alegoría al hermanamiento o un plano secuencia en blanco y negro
de una cucharilla removiendo café en un plato, el director opta por un combate
hombre contra animal. He de decir, eso sí, que personalmente me satisface el
recurso de colocar un animal de goma en estas escenas y de que este artículo
derribe la cuarta pared del ascensor, dejándonos atisbar por unos segundos un amplio
descampado en un ejercicio simbolista como pocas veces se ha podido ver grabado
en la cara brillante de un deuvedé.